LA DULZAINA (IZQUIERDO, 2012)



El llamado Diccionario de Autoridades publicado en 1726, y que viene a ser la primera edición del actual y oficial Diccionario de la Real Academia de la Lengua, define la dulzaina como: instrumento músico, a manera de trompetilla. Úsase en las fiestas para bailar: tócase con la boca, y es de tres quartas de largo, poco más o menos y tiene diferentes taladros en que se ponen los dedos. Parécese en la figura á lo que oy llamamos Fláuta dulce. Usaron mucho los moros deste género de instrumento, y aun oy se usa mucho en los Reinos de Murcia y Valencia. Su etymologia procede de la dulzura de su sonido ú de la palabra Dulciana con que en la baxa Latinidad nombraron a cierto instrumento Músico de estas mismas circunstancias. Y cita luego como soporte erudito de tal definición un pasaje del Quijote (capítulo 26 del tomo segundo) donde el protagonista dice: ...porque entre Moros no se usan campanas, sino atabales y un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías.

En tal definición y en la cita ilustrativa, pese a su brevedad, se resume lo esencial acerca de la naturaleza y origen de este popular instrumento que muchos sentimos como parte sustancial de nuestros recuerdos y vivencias más íntimas.

La dulzaina, en efecto, emparenta con la chirimía y toda la familia de instrumentos de doble lengüeta y tubo cónico con orificios, entre los cuales el oboe sería el representante más culto del género y las variantes populares del mismo principio productor de música innumerables: nuestra versión castellana es similar, aunque con diferencias (en la construcción, afinación y timbre final) a la gralla catalana (muy vinculada a su vez a la llamada graille del Languedoc francés, con múltiples variantes de los llamados hautbois populaires -oboes populares- en el resto de Francia), a la dolçaina valenciana, a la pita murciana, a la gaita navarra y aragonesa o a la xirimita alicantina. También la llamamos por aquí charambita, término cuya raíz etimológica sin duda coincide con la de la chirimía y la mencionada xirimita.

La mayoría de los musicólogos reconocen un origen próximo musulmán para la dulzaina, si bien se han señalado también antecedentes lejanos en instrumentos de lengüeta usados en antiguas civilizaciones del Medio Oriente (Mesopotamia) y en la Grecia y Roma clásicas (por ejemplo el llamado aulós). Suponen estos expertos que en la mayor parte de Europa se empezarían a fabricar instrumentos parecidos a los llamados albogues árabes (con lengüeta doble y cono de cuerno) a raíz de las Cruzadas, entre los siglos XII y XIII, aunque en la Península Ibérica pudo haber una más temprana influencia habida cuenta de la ocupación musulmana desde el siglo VIII.

La versión más simple o primitiva de la dulzaina consta de una boquilla cónica (en los modelos más recientes de metal, de nombre tudel) donde se inserta la lengüeta (caña -por ser de este material preferentemente- o pita); el tudel se ajusta al tronco principal del instrumento que está modelado en madera consistente, de encina, olivo o boj en las variantes más tradicionales, de palosanto, granadillo o ébano en modelos más recientes, aunque también se pueden encontrar ejemplos tallados en maderas blandas como el fresno, la higuera o el saúco. El tronco muestra tres partes claramente apreciables. el llamado cubilete (donde ajusta el tudel), el cuerpo donde se practican siete orificios destinados a la digitación sonora (seis en la parte frontal y uno más pequeño en la opuesta) y la campana o bocina terminal destinada a amplificar el sonido.

A partir de finales del siglo XIX este modelo simple, con una capacidad sonora limitada (escala diatónica) se empieza a completar añadiendo llaves que pèrmiten obtener toda la gama de semitonos musicales (escala cromática); destacan en esta labor de perfeccionamiento las aportaciones del constructor y dulzainero vallisoletano Ángel Velasco, que dió a la dulzaina castellana el diseño que nos es más familiar hoy día (dulzaina de 8 llaves, hay otros modelos hasta con 12).

Todos estos detalles técnicos son relevantes para conocer mejor este instrumento, pero sin duda lo más importante para quienes nos hemos criado en el medio rural es ese vínculo invisible que ha quedado impreso en nuestro inconsciente personal y colectivo entre el sonido de la dulzaina y el ambiente de fiesta. Ese sonido dulce, sí, de ahí su nombre, pero también contundente, a veces estridente y un tanto primitivo, que sirve lo mismo para inducir a la oración que para animar un desfile o amenizar un baile popular multitudinario.

En Ampudia contamos con abundantes testimonios de la utilización de la dulzaina en todo tipo de fiestas y celebraciones desde hace siglos. Su presencia era obligada especialmente en las ceremonias relacionadas con la devoción a la Virgen de Alconada: en algunos Libros de Cuentas de la Cofradía de los Pastores correspondientes al último cuarto del siglo XVIII y primera mitad del XIX, que hemos podido consultar en el Archivo Parroquial, aparecen regularmente partidas de gastos en músicos y danzantes que se contrataban para las fiestas del 8 de septiembre y domingo del Ofrecimiento. Por ejemplo, en las cuentas del año 1798 firmadas por los Mayordomos Melchor Pérez, Josef Sánchez, Nicolás Sánchez y Manuel Peinador (nótese que en la época había hasta cuatro mayordomos anuales) y actuando como secretario Cipriano del Río (a la sazón canónigo de la Colegiata), se hace constar:

Mas doy en data ciento diez y seis reales gastados en Danzantes, Robla y Tamboritero segun hizo constar en cuenta por menor... (el tamboritero era el dulzainero y la llamada robla o robra era el refresco que se les ofrecía, constituído habitualmente por avellanas, obleas y vino).

Hubo años en que la mencionada Cofradía tuvo su dulzainero de plantilla, por decirlo de alguna forma, es decir, adscrito de alguna manera a la propia Cofradía con una asignación fija, que recibía algunos pagos extra si tocaba en fechas distintas a las de obligación (los citados 8 de septiembre y Ofrecimiento). Por ejemplo en las cuentas del año 1812-1813 (los mayordomos y la contabilidad tenían vigencia desde el domingo del ofrecimiento de un año hasta la misma fecha del siguiente) se anota:

...Más son data cincuenta y ocho reales que pagué a Alonso Higelmo, tamboritero de esta Cofradía, en esta forma: cinquenta reales por tocar el día de Ntra. Sra. de Agosto de que no está obligado y los ocho restantes por el día de la festividad de nuestra Patrona como es costumbre...

También el Cabildo de la Colegiata contrataba a veces músicos para procesiones o ceremonias, si bien con preferencia por formaciones más cultas. En los Estatutos de la Colegiata que estableció el Duque de Lerma (confirmados en 1609) se contemplaba la posibilidad de que, aparte de un coro de niños permanente, se contrataran otros cantores y ministriles que pareciere recibirse lo cual quede a elección del Abad y Cabildo con aprobación del Patrón y se les de el salario que al Abad y Cabildo pareciere. Especialmente esto se hacía en la fiesta del Corpus, cuya procesión, según los mismos Estatutos, ...se ha de hacer solemnissima llevando todos los de la Iglesia candelas encendidas mostrando así con las campanas como con otros instrumentos de música mucha alegría y contento espiritual en reconocimiento de tan gran merced y Beneficio como nuestro Sr. fue servido de hacer al linaje humano... También el día de Alconada a veces se contaba con música contratada por el Cabildo, aparte de la sufragada por la Cofradía: en el año 1859 consta en los Libros de Hacienda del Cabildo un gasto de 57 reales que se gratificaron a los músicos de Dueñas por tocar en la procession e intervalos en la misa de Alconada.

Tenemos suerte en Ampudia de haber mantenido vivo el uso de la dulzaina hasta nuestros días, gracias al esfuerzo de sucesivas generaciones de dulzaineros y danzantes, cuya dedicación y trabajo merece toda gratitud y el máximo apoyo institucional y colectivo. Si algún día faltaran los aires de la dulzaina en nuestras fiestas populares, estaríamos ante un síntoma inequívoco de riesgo de extinción para una parte sustancial de nuestras raíces vitales y de nuestro rico patrimonio cultural.

Ignacio Izquierdo Misiego. Publicado en la revista La Corredera (2012).